ElCapitalista007

sábado, septiembre 29, 2007

THINK BIG: Definiendo la justicia social

El año pasado fue el centenario del nacimiento de Friederich Hayek, entre cuyas muchas contribuciones al siglo XX estuvo una enérgica y sostenida crítica a la mayoría de los usos del término "justicia social". Nunca he encontrado un escritor, religioso o filosófico, que respondiera directamente a las críticas de Hayek. Para tratar de comprender la justicia social en nuestro tiempo, no hay mejor lugar para empezar que con el hombre que, en su propia vida intelectual, fue ejemplo de esa virtud cuyo mal uso tanto deploró.El problema con la "justicia social'' empieza con el significado mismo del término.

Hayek señala que se han escrito libros y tratados completos sobre la justicia social sin haberla definido nunca. Se permite que el concepto flote en el aire como si todo mundo fuera a reconocerlo cuando aparezca un ejemplo. Esa vaguedad parece indispensable. En el mismo momento en que uno empieza a definir la justicia social, choca con embarazosas dificultades intelectuales. En la mayoría de los casos, se vuelve un término práctico cuyo significado operativo es, "Necesitamos una ley en contra de esto''. En otras palabras, se convierte en un instrumento de intimidación ideológica con el objetivo de conseguir el poder de la coerción legal.

Hayek señala otro defecto de las teorías de la justicia social del siglo XX. La mayoría de los autores afirman que lo utilizan para designar una virtud (una virtud moral, según ellos). Pero la mayoría de las definiciones que le adjudican pertenecen a un estado de cosas impersonal - "alto desempleo" "desigualdad de ingresos" o "carencia de un salario decente" se citan como ejemplos de "injusticia social". Hayek va derecho al centro del problema: la justicia social es o una virtud o no lo es. Si lo es, sólo puede adscribirse a los actos deliberados de personas individuales. La mayoría de los que usan el término, sin embargo, no lo adscriben a individuos sino a sistemas sociales. Utilizan "justicia social" para designar un principio regulador de orden. No están centrados en la virtud sino en el poder.

El término "justicia social" fue utilizado por primera vez en 1840 por el cura siciliano Luigi Taparelli d'Azeglio, y recibió prominencia en La Constitutione Civile Secondo la Giustizia Sociale, un folleto de Antonio Rosmini-Serbati publicado en 1848. 13 años después, John Stuart Mill en su famoso libro Utilitarismo le brindó un prestigio casi canónico para los pensadores modernos:

"La sociedad debería de tratar igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible''.

Mill imagina que las sociedades pueden ser virtuosas de la misma forma en que pueden serlo los individuos. Quizás, en las sociedades altamente personalizadas de tipo antiguo, semejante uso pudiera tener sentido - bajo reyes, tiranos o jefes tribales, por ejemplo, cuando una persona toma todas las decisiones sociales cruciales. Curiosamente, sin embargo, la demanda por el término de "justicia social" no surgió hasta los tiempos modernos, en que sociedad más complejas están regidas por leyes impersonales aplicadas con la misma fuerza a todos por igual por "el imperio de la ley".

El nacimiento del concepto de justicia social coincidió con otros desplazamientos en la consciencia humana: la "muerte de Dios" y el ascenso de la idea de la economía dirigida. Cuando Dios "murió", la gente comenzó a confiar en la arrogancia de la razón y en su inflada ambición de hacer lo que el mismo Dios no había hecho: construir un orden social justo. La divinización de la razón encontró su extensión en la economía dirigida; la razón (es decir, la ciencia) dirigiría y la humanidad seguiría colectivamente. La muerte de Dios, el ascenso de la ciencia y de la economía dirigida nos trajeron " el socialismo científico". Donde la razón fuera a dirigir, dirigirían los intelectuales. (O eso pensaron algunos. En realidad, dirigirían los ávidos de poder.)

De este tipo de razonamiento, se desprende que la "justicia social" tendría su fin natural en una economía dirigida en la que se le diría a los individuos qué hacer para que siempre pudieran identificar a los que mandan y hacerlos responsables. Este concepto presupone que la gente está guiada por específicas directivas externas sobre lo que es justo en vez de por reglas de conducta interiorizadas. Implica, además, que ningún individuo debe ser considerado responsable de su posición. Afirmar que es responsable sería "echarle la culpa a la víctima". La función de la justicia social es echarle la culpa a otro, echarle la culpa "al sistema", echarle la culpa a los que (míticamente)a "lo controlan". Como ha escrito Leskek Kolakowski en su magistral historia del comunismo, el paradigma fundamental de la ideología comunista tiene garantizada un enorme atractivo: usted sufre, su sufrimiento es causado por personas poderosas; hay que destruir a esos opresores.

No estamos equivocados, acepta Hayek, al percibir que los efectos de las opciones individuales y los procesos abiertos de una sociedad libre no están distribuidos según un principio reconocible de justicia. Algunas veces, los que tienen mérito son trágicamente infortunados; la maldad prospera, las buenas ideas languidecen y, en ocasiones, los que las respaldan, lo pierden todo. Pero un sistema que valora tanto el ensayo y el error como la libertad de elegir no está en posición de garantizar resultados específicos. Por otra parte, ningún individuo (y ciertamente que ningún Buró Político ni ningún comité ni partido) puede elaborar reglas que tratarían a cada persona de acuerdo con sus méritos e, inclusive, de sus necesidades. Nadie tiene suficiente conocimiento de todos los detalles relevantes, y como ha señalado Kant, ninguna regla general puede ser lo suficientemente fina como para captarlos.

Hayek hizo una tajante distinción, sin embargo, ente los fallos de la justicia que implican la violación de normas generalmente aceptadas de equidad y las que consisten en resultados que nadie ha designado, previsto ni ordenado. El primer tipo de fallo recibe su severa condena moral. Nadie debe de romper las reglas establecidas; la libertad impone graves responsabilidades morales. El segundo tipo de fallo, sin embargo, puesto que no se deriva de ningún acto voluntario ni deliberado de nadie, no le parecía un problema moral sino una característica inevitable de todas las sociedades y, en realidad, de la naturaleza misma. Calificar de "injusticias sociales" los resultados infortunados conduce a un ataque a la sociedad libre con el objetivo de empujarla hacia una sociedad dirigida. Es por eso que Hayek se opone enérgicamente al uso del término "justicia social." El lamentable historial de economías dirigidas como el nazismo y el comunismo justifican su profunda repugnancia ante ese modo de pensar.

Hayek reconoció que a fines del siglo XIX, cuando el término "justicia social" ganó prominencia, se usó inicialmente como un llamamiento a las clases dirigentes para que prestaran atención a las necesidades de las nuevas masas de desarraigados campesinos que se habían convertido en obreros urbanos. A eso, él no tenía ninguna objeción. A lo que sí objetaba era al pensamiento chapucero. Los pensadores descuidados olvidan que la justicia, por definición, es social. Semejante descuido se vuelve positivamente destructivo cuando el término de "social" ya no describe el producto de las virtuosas acciones de muchos individuos sino más bien el objetivo utópico hacia el que todas las instituciones y todos los individuos "deberían ser llevadas a convergir en la mayor medida posible'' mediante la coerción. En ese caso, el "social" de la "justicia social" se refiere a algo que no emerge orgánica y espontáneamente del comportamiento respetuoso de la ley de individuos libres sino más bien de un ideal abstracto impuesto desde arriba.

Dada la fuerza del argumento de Hayek contra el término, pudiera resultar extraño que él mismo fuera un practicante de la justicia social- aún si uno añade, como tiene que hacerlo, "de la justicia social bien entendida". Con todo, es obvio que Hayek vio en su vocación como pensador una vida de servicio a su prójimo.




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