ElCapitalista007

viernes, septiembre 28, 2007

Adulando al Tío Sam: Relaciones comerciales China-EE.UU.

Por Aparicio Caicedo.- A partir del fallecimiento de Stalin, en 1953, Mao inició un lento pero decido acercamiento hacia el Tío Sam. Poco logró durante los primero años, en el despacho oval estaba aún fresco el recuerdo de la Guerra de Corea. Además, la paranoia anticomunista de la época hacía poco atractiva cualquier relación con la República Popular. Rechazado, el líder chino comenzó a inflamar sus discursos con antiamericanismo radical. Sin embargo, a partir de 1969, con un país cada vez menos significante en el panorama mundial, aunque sin reducir la hostilidad retórica, el gobernante asiático reinició el cortejo al gigante de occidente. Curiosamente, la ocasión dorada para concretar el acercamiento se dio en el escenario deportivo. En abril de 1971, durante una competencia mundial de tenis de mesa en Japón, un casual apretón de manos entre los campeones de Estados Unidos y China, cuya foto fue inmortalizada en todas las portadas de la prensa nipona, tuvo consecuencias.
Mao hizo gala de un asombroso sentido de la oportunidad, utilizó a los deportistas de ambas naciones como diplomáticos improvisados. En una fina demostración de astucia, el gobierno chino invitó a la selección estadounidense de ping-pong a su país, fue un despliegue de hospitalidad sin precedentes. El presidente norteamericano, Richard Nixon, miró con singular beneplácito el gesto de la dirigencia socialista, hacía tiempo que buscaba la manera de estrechar lazos con el dragón.

Los intereses de Washington y Pekín tenían dos puntos fundamentales de afinidad: contrarrestar el poder de la Unión Soviética y acabar con el peligroso régimen vietnamita. Se inició un intercambio de favores muy benévolo para ambas potencias. El mandatario estadounidense, acompañado del legendario Henry Kissinger como director de la orquesta diplomática, hizo una significativa visita a la capital china en 1972. La Casa Blanca reconoció estatus diplomático a Pekín. El coloso comunista fue aceptado en las Naciones Unidas. China consiguió además un codiciado puesto en el Consejo de Seguridad, desplazando a Taiwán. Pero lo más importante para Mao, sus expertos militares accedieron a tecnología castrense de vanguardia. Al parecer, lo que comenzó como un pacto de mutua conveniencia terminó en una entrañable amistad. En febrero de 1976, el Gran Timonel, sabiéndose cercano a la muerte, envió un avión para recoger a Nixon —entonces lejos del poder y profundamente desprestigiado— para darle el último adiós en persona.

Han pasado más de tres décadas desde los días de la diplomacia ping-pong. Durante todo este tiempo, la hospitalidad de la cúpula pekinesa ha seguido mostrándose eficaz para calmar ánimos hostiles de Washington. Los mandarines han hecho de las relaciones internacionales un fino arte. Ello quedó confirmado recientemente, a comienzos de 2006. Tras una gira por China y varias entrevistas, los altos funcionarios del régimen comunista persuadieron a los senadores estadounidenses, Charles Schumer y Lindsey Graham, de suavizar el tono de sus enconadas reivindicaciones contra la política monetaria del dragón. Se evitó así un enfrentamiento comercial poco beneficioso para ambas economías, aunque no por mucho tiempo.

Schumer y Graham presentaron, en 2003, un proyecto de ley encaminado a imponer, como medida de retaliación comercial, una tarifa uniforme del 27,5% a todas las importaciones provenientes de China. La propuesta señalaba la baja valoración del yuan —derivada de la política monetaria del gobierno chino— como la principal causa del creciente déficit comercial que mantiene Estados Unidos con el Reino Medio. No obstante, el trámite de este proyecto legislativo ha sido aplazado en diversas ocasiones. La última prórroga se dio en junio de 2005, luego de que el gobierno chino accediera a revalorizar su moneda en un tímido 2,1%. Sin embargo, el debate cobró nuevamente vigencia con las últimas cifras oficiales de febrero de 2006, según las cuales, durante el 2005, el déficit aumentó en un 24 por ciento con respecto al año anterior.

Aquella propuesta legislativa recibió severas críticas e incluso fue calificada de proteccionismo caduco por parte de amplios sectores políticos estadounidenses. Muchos ven aún con preocupación las consecuencias negativas que este tipo de medidas pueden acarrear a los intereses empresariales americanos. James A. Baker, antiguo Secretario del Tesoro, comentó que la apreciación del yuan tendría efectos muy débiles en la balanza de intercambio. El antiguo funcionario de la Casa Blanca agregó, durante una conferencia en Hong Kong, que la mejor manera de resolver esta situación no debe radicar en un fuego cruzado de amenazas, sino en el dialogo apacible de la vía diplomática. Por su parte, Alan Greenspan, antiguo amo y señor de la Reserva Federal estadounidense, señaló contundentemente que no hay evidencia que demuestre de forma fehaciente que la política monetaria china sea el principal causante del déficit de intercambio. Otros críticos del proyecto han buscado analogías históricas entre la aquella propuesta y la tristemente célebre Ley Smoot Hawley de 1930. Dicho producto legislativo ha sido recurrentemente señalado como uno de los elementos que agudizó la Gran Depresión de Estados Unidos durante los años treinta. Por medio de aquella ley, el gobierno americano impuso tarifas sumamente elevadas a la importación de aproximadamente veinte mil productos extranjeros. Ello motivó una tormenta de medidas de represalia comercial aplicadas por países de todo el mundo en contra de EE.UU. Se calcula que como resultado de esta ley el volumen de comercio exterior de Estados Unidos disminuyó, entre 1929 y 1934, en un sesenta y seis por ciento.

Afortunadamente, luego de su regreso de la gira por territorio chino, los senadores rectificaron y ganaron optimismo acerca del futuro de las relaciones comercial sino-estadounidenses. Más aún, el republicano Graham quedó muy impresionado por los problemas sociales de China y concluyó que una revalorización súbita del yuan podría agravar esa situación. La cortesía oficial del mandarinato durante la visita de los estadounidenses llegó al extremo de ordenar, en las vísperas de su arribo, cambios en diversas portadas de diarios chinos que contenían críticas severas hacia Estados Unidos. Como resultado, lograron convencer a los senadores de tomar una posición más flexible. A cambio, el gobierno chino barajó la posibilidad de revaluar el yuan progresivamente, como parte de los preparativos para la visita de Hu Jintao a Estados Unidos, programada para abril. Por su parte, como señaló el afamado periodista Frederick Kempe, del Wall Street Journal, el gobierno yanqui aprendió una nueva táctica diplomática, una singular receta para prevenir disputas comerciales con el gobierno comunista: enviar a sus políticos agresivos al país que desean castigar para que reciban una dosis de adulación.

Pocas semanas después, la visita del presidente chino a territorio estadounidense, en abril de 2006, constituyó un despliegue de audacia digno de un manual. Con esta gira, Hu Jintao logró relajar aún más la tensión acumulada entre ambas naciones, especialmente con respecto a dos temas centrales: primero, la pobre valoración de la moneda china, el yuan, que, como señalamos, era vista como la principal causa del crítico déficit comercial que mantiene el gigante yanqui con China; y, en segundo lugar, el poco esfuerzo del gobierno comunista por detener la violación de los derechos de propiedad intelectual al interior del territorio chino. La Casa Blanca no extendió totalmente su alfombra roja a su célebre visitante, otorgando a la llegada del líder comunista el modesto rango protocolario de visita de trabajo, mientras la tecnocracia china se jactaba de una visita de Estado. La cúpula china no podía mostrarse muy susceptible frente al principal destino de sus exportaciones. Estados Unidos importa un promedio de 20.000 millones de dólares mensuales en productos chinos.

Lo cierto es que Pekín inició sus maniobras mucho antes de la gira de su Presidente. La invitación a Schuman y Graham fue sólo el primer paso. La segunda jugada fue aún más audaz. La tecnocracia pekinesa sabe que para ganarse la simpatía de Tío Sam no hay nada mejor que contribuir a la dieta del Leviatán empresarial. En Washington, detrás de todo gran político hay una gran corporación que está dispuesta a perdonar cualquier pecado siempre que sus accionistas vean más ceros a la derecha. Por ello, pocos días antes de la llegada de Hu, la viceprimera ministra china, Wu Yi, desembarcó acompañada de doscientos delegados y un talonario de cheques muy grueso, el cual utilizaron para celebrar ciento seis contratos de compra con distintas empresas, por un valor equivalente a 16.200 millones de dólares. Entre los souvenir que la funcionaria se llevó a casa se incluyen ochenta aviones comprados a la compañía Boeing. La visita del presidente chino fue el magistral cierre de la gran estrategia. Las imágenes del discurso del alto funcionario en las instalaciones de Boeing mostraban a sus ejecutivos alcanzando el nirvana mientras escuchaban planes para la compra de dos mil seiscientos aviones hasta el 2024. La prensa norteamericana describió el evento como un continuo ir y venir de adulaciones entre los líderes políticos chinos y los empresarios americanos. La foto del efusivo abrazo entre el presidente comunista y el mentor original del acercamiento sino-estadounidense, Henry Kissinger, durante la ceremonia, simboliza el corolario de una era.

La República Popular agasajó también al sector de la propiedad intelectual. Muchas empresas presionan para que China adopte medidas estrictas para cumplir con sus compromisos internacionales en materia de propiedad intelectual. Para Microsoft, por ejemplo, la potencia de Asia ha constituido uno de sus mercados más problemáticos, el 90% del software que se utiliza en ese país es pirata. Una conferencia en las instalaciones corporativas del coloso informático y una cálida cena en la residencia de Bill Gates sirvieron para anestesiar la impaciencia empresarial. Hu se comprometió a reforzar los derechos de Microsoft en su territorio y suscribió, in situ, interesantes contratos de asesoría y suministro informático para renovar la capacidad tecnológica de la administración china.

La administración Bush logró que el Departamento del Tesoro americano, a pesar de la intensa presión de algunos sectores políticos, no incluya a China en la lista de manipuladores monetarios, de esta forma las medidas tomadas por Hu para revaluar el yuan no serán vistas como una imposición de Washington. La mañana del 15 mayo de 2006, el Banco Central de China anunciaba ya un primer robustecimiento del yuan frente al dólar americano. Muchos políticos estadounidenses no se mostraron contentos con la deferencia mostrada desde la Casa Blanca hacia Pekín, acusaron la discordancia de anteponer la conveniencia geopolítica a las prioridades económicas. No obstante, como señalamos antes, los más reconocidos expertos estadounidenses han señalado que la baja apreciación del yuan tiene poco o nada que ver con el déficit comercial mencionado. Finalmente, el presidente Hu logró calmar temporalmente las aguas. Para muchos comentaristas, el mandarinato chino inauguró un nuevo título en el manual de relaciones internacionales que algunos denominaron: la diplomacia de la chequera.

A pesar del apaciguamiento temporal de las aguas, el cambio de atmósfera política en el Capitolio amenaza con desdibujar el estrechamiento de lazos sino-estadounidenses. La nueva mayoría demócrata liderada por Nancy Pelosi, actual presidenta del parlamento, ha traído nuevas tensiones a las relaciones sino-americanos. En el pasado, Pelosi se ha referido a los mandarines como “los carniceros de Beijing”. Hay mucho descontento en el Congreso estadounidense con los supuestos estragos económicos causados por la avalancha de productos chinos, los representantes del pueblo buscan culpables. La inauguración del Dialogo Económico Estratégico EE.UU.-China, ciclo de conferencias anuales iniciado en diciembre de 2006 con la reunión del Secretario del Tesoro norteamericano, Henry Paulson, y la viceprimera ministra Wu Yi, constituyó un sólido intento por mantener a flote las relaciones entre los dos gigantes. Sin embargo, con un Capitolio hostil a Pekín, cualquier iniciativa de acercamiento puede ser frustrada.

La opinión pública en Estados Unidos parece inclinar la balanza hacia la vuelta al proteccionismo o, por lo menos, hacia una mayor mesura a la hora de hacer concesiones comerciales. Se percibe un halo de neopopulismo económico muy denso, patrocinado principalmente por el Partido Demócrata, sumado a sectores de la tienda republicana que apoyan las posturas anti-liberalización. Como ha sido costumbre durante más de dos siglos, las necesidades electorales y financieras de los políticos estadounidenses marcan drásticos virajes en las relaciones comerciales de su país. La tienda progresista depende del apoyo de grupos sindicales y asociaciones de trabajadores, potenciales afectados por el cierre de factorías, su discurso deberá adecuarse a las necesidades de su base electoral. Por otra parte, no son pocos los legisladores republicanos adictos al soporte financiero de grupos de interés encarnados por industrias poco competitivas afectadas por la competencia proveniente de China. Ello sin mencionar el auge de corrientes aislacionistas, como el paleoconservadurismo de Pat Buchanan, o el nacionalismo chovinista encarnado por el afamado periodista de la CNN, Lou Dobbs. Todos ellos enemigos declarados del “cosmopolitismo económico”. Algunos académicos antiglobalización más serios, otrora parias del establishment intelectual, como Dani Rodrik, autor de “Has Globalization Gone Too Far?”, están cosechando ratings muy altos en la cartelera del pensamiento económico norteamericano.

Los congresistas Schumer y Graham parecen haber olvidado la hospitalidad recibida durante su estancia en Pekín y se preparan para volver al ataque. Ambos han manifestado estar en búsqueda de nuevas fórmulas para atacar la manipulación monetaria de China. Por su parte, Max Baucus, el principal del Comité de Finanzas del Senado, aboga por incrementar el papel del parlamento como guardián de las relaciones comerciales internacionales.

Un informe muy reciente del United States-China Business Council1 señala que la República Socialista se ha convertido en el cuarto destino de las exportaciones estadounidenses. Según el documento, durante el último año, el coloso de oriente compró productos Made in USA por un monto de 55,2 mil millones de dólares, lo cual significa un aumento del 240 por ciento desde el año 2000. Gran parte de las mercaderías enviadas al mercado chino desde Estados Unidos son productos “generadores de trabajo” como equipos de transportación y maquinaria pesada, así como artefactos electrónicos y ordenadores. Curiosamente, entre los Estados más beneficiados por el aumento de las ventas al gigante asiático se encuentran Nueva York y Carolina del Norte, respectivos feudos electorales de los beligerantes Schumer y Graham.

La administración Bush se ha mostrado receptiva a la presión ejercida desde el Congreso. La Casa Blanca está obligada a buscar apoyo en el parlamento para lograr la renovación del Fast Track. Además, Bush intenta lograr la ratificación de diversos tratados comerciales firmados con países como Corea de Sur, Colombia y Perú. Las recientes reclamaciones presentadas por Washington ante la Organización Mundial de Comercio (OMC), alegando la falta de cumplimiento de los compromisos del gobierno chino en materia de propiedad intelectual, forman parte del espectáculo político ineludible para apaciguar ánimos en el seno del parlamento. Wu Yi ha contestado en tono desafiante que las acciones planteadas por la administración estadounidense ante la OMC amenazan con debilitar las relaciones comerciales sino-americanas. No obstante, la cúpula socialista planea realizar un nuevo desembarco en territorio estadounidense el próximo 23 de mayo. Se espera el anuncio de nuevas órdenes de compra por miles de millones de dólares a Corporate America. Al parecer, el mandarinato volverá a intentar apaciguar las aguas exaltando los intereses económicos del Tío Sam.


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